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sábado, 5 de junio de 2010



Juana Inés Asuage Ramírez nació un 12 de noviembre de 1648 o 1651 según distintos investigadores, en el pueblo de San Miguel Nepantla, hoy Estado de México. Su padre era vasco mientras que su madre era mexicana.. Dice Alejandro Soriano Vallés que antes de haber cumplido los tres años es cuando Juana Inés, acompañando a su hermana a la escuela, se "encendió" en "el deseo de saber". Lo que se inició a tan tierna edad no concluiría sino con su vida, la cual será un esfuerzo prolongado en tal dirección. Más tarde, tras oír "decir que había Universidad y Escuelas en que se estudiaban las ciencias", suplicó a su madre que le "mudara" el traje y la enviara allí. Es necesario aclarar que tan simpático ruego infantil fue naturalmente desatendido por la madre, quedando sólo como uno más de los mitos así como el que señala que Juana Inés hubiera utilizado vestimentas varoniles para asistir a la universidad. Lo que sí es cierto es que sus estudios se iniciaron, de modo azaroso, en los libros encontrados en casa de su abuelo materno en Panoayan, donde se crió. Asegura la poetisa que la reprendían para "estorbárselo", pero ella, encendida de amor por la verdad, no cesó, como no lo haría jamás, en su empeño.

Juana Inés –prosigue Soriano Vallés- se inició como autodidacta, y siempre lo sería. Sin embargo, fue dueña de una capacidad intelectual superior a la de la mayoría y, además, pervive la fama de su belleza física. Una vez que su familia decidió enviarla a vivir a casa de unos "deudos" que tenía en la ciudad de México (probablemente Juan de Mata y María Ramírez, tíos suyos, aprendió allí latín ("en que creo no llegaron a veinte las lecciones que tomé" nos dice con Martín de Olivas) y, poco más tarde, hacia 1665, debido a las razones antes mencionadas, entendimiento y hermosura, fue "introducida" en el palacio virreinal.

Explica el p. Calleja cómo la virreina, Leonor Carreto, marquesa de Mancera, encantada con ella, no "podía vivir un instante sin su Juana Inés". Mujeres cultas ambas, debieron gozar mutuamente de la presencia de la otra, aunque, como es lógico, fuese la poetisa la mayor beneficiada. Empero, ni aun así quitaba tiempo a sus estudios. Y éstos eran de tal nivel que el virrey, de regreso en España años después, contaba el modo con que, en aquel entonces, deslumbrado por los conocimientos de la niña, la mandó examinar juntando alrededor de cuarenta sabios en palacio. Entre ellos los había de diversas facultades, e incluso así Juana Inés respondía a las preguntas de modo tan correcto y desenvuelto como "un galeón real [...] se defendería de pocas chalupas" que lo embistieran.

Pero la jovencita, que hacía poesía desde los 8 años (¡"porque la ofrecieron por premio un libro"!, explica Calleja), deseaba, en realidad, sólo eso: estudiar.
El genio de la poetisa se manifestó, entre otras maneras, así, sabiendo transmitirnos sensaciones que no necesariamente fueron las suyas. En cuanto al ingreso al convento, existen otras causas. La estancia en palacio volvió a la joven sumamente conocida y deseada: "de modo que en breve tiempo/ era el admirable blanco/ de todas las atenciones", nos dice en unos versos que la generalidad de la crítica considera autobiográficos. Juana Inés, bella e inteligente, pero pobre, no podía, no debía permanecer en la corte virreinal. Sin embargo, en aquella época la mujer no tenía muchas opciones. Comenta Calleja al respecto que se hallaba amenazada su virtud, pues "la buena cara de una mujer pobre es una pared blanca donde no hay necio que no quiera echar su borrón; que aun la mesura de su honestidad sirve de riesgo". Entonces, a la niña que no deseaba casarse le quedaba en el México virreinal el camino del convento, en este caso el de San José de las Carmelitas Descalzas, ya que este camino era la única opción que tenía una mujer para poder dedicarse al estudio. Apenas tres meses después de su ingreso, se vio forzada a abandonar el convento, pues la severa disciplina de la orden hizo grandes estragos en su salud.

Un año y medio permaneció en Palacio y después regresó a la vida de religiosa, esta vez en el convento de San Jerónimo. El 24 de febrero de 1669 tomó los votos definitivos y se convirtió en Sor Juana Inés de la Cruz.

Dentro del convento Juana desempeñó los cargos de bibliotecaria y encargada de la contaduría y fue una monja devota y rigurosa con sus obligaciones, sin embargo, el estudio de la ciencia y las letras fueron siempre para Sor Juana "su mayor delicia". Esto le trajo constantes regaños por parte de su confesor, el padre Antonio Núñez de Miranda, (quien pensaba que esto no era correcto para una monja) y también por el frecuente contacto con las más altas personalidades de la época debido a su gran fama intelectual.

Esta amistad con las virreinas queda plasmada en versos que, usando el código del amor cortés, han llevado a algunos a una errónea interpretación de las mismas, en aras de ciertas tendencias homosexuales. A las dos que coincidieron temporalmente con ella les escribió poemas bastante encendidos, y a una le dedicó un retrato y un anillo. Fue precisamente una de las virreinas la primera en publicar poemas de Sor Juana.

Sor Juana se vio involucrada en una disputa teológica, a raíz de una crítica privada que realizó de un sermón del muy conocido predicador de la época Antonio Vieira, que fue publicada por el obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz, quien la prologó bajo el seudónimo de Sor Filotea, lo que provocó la reacción de la poetisa a través del escrito "Respuesta a Sor Filotea", donde hace una encendida defensa de la labor intelectual de la mujer.

Poco antes de su muerte, Sor Juana fue obligada por su confesor a deshacerse de su biblioteca y su colección de instrumentos musicales y científicos. Recuérdese que en su tiempo la Santa Inquisición estaba activa. Murió a los cuarenta y tres años, durante una epidemia.

Entre sus obras se cuentan montones de poemas galantes, poemas de ocasión para regalos o cumpleaños de sus amigos, poemas de vestíbulo sobre pies o consonancias sugeridos por otros, letras para cantarse en diversas celebraciones religiosas, y dos comedias llamadas "Amor es más laberinto" y "Los empeños de una casa".

Según ella, casi todo lo escrito era por encargo y la única cosa que escribió por gusto propio es un poema filosófico llamado "El sueño", que muchas veces se edita bajo el título de "Primer sueño". Se trata de una alegoría de varios cientos de líneas, con forma de silva, a propósito del ansia de saber, el vuelo del pensamiento y su consecuente trágica caída. Además, en 1689 apareció en España el primer volumen de sus Obras, Inundación castálida.

1 comentarios:

Alejandro Soriano Vallès dijo...

Muy bien, excepto por el final. A Sor Juana no la obligó nadie (y menos su confesor) a vender su biblioteca. Lo hizo por amor a los pobres. No hay que despojarla de esa gloria (la Inquisición nada tuvo que ver). La "Respuesta a Sor Filotea" la esctibió Juana Inés por órdenes del mismo obispo de Puebla. Saludos:
Alejandro Soriano Vallés

5 de junio de 2010, 11:25

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