Gertrudis y la abolición de la esclavitud (acuarela 50 €)
In abolición esclavitud, In ambiente caribeño, In Cuba, In escritora, In España, In poetisa, In Real Academiasábado, 5 de junio de 2010
Gertrudis Gómez de Avellaneda
Poetisa desde la cuna (1814 -1873), Gertrudis Gómez de Avellaneda estremeció a la Real Academia de la Lengua. Tula, como muchos llamaban a esta bella camagüeyana, llegó a ser una de las más destacadas plumas del romanticismo español, y aun permanece entre las escritoras más distinguidas de nuestra lengua.
Escritora nacida en Cuba y que vivió en España desde los 22 años, su vida fue un cúmulo de desgracias comparables a las de sus personajes. La muerte de su padre y un casamiento apresurado de su madre la hicieron salir de Cuba hacia Europa, donde entró en contacto con la literatura romántica del momento, Victor Hugo, Chateaubriand y Lord Byron.
La muerte de sus dos maridos y el abandono de su amante cuando ella se encontraba embarazada de una niña, que nació muerta, inclinaron su temperamento depresivo y apasionado hacia el espiritismo y periodos de retiro religioso, aunque siempre contó con el apoyo de escritores como José Zorrilla, Fernán Caballero, José de Espronceda, o Alberto Lista; sin embargo, su espíritu independiente y sus escándalos amorosos también le valieron las críticas de personajes como Marcelino Menéndez Pelayo, que impidió que entrara en la Real Academia Española.
Escribió poesía, novela y teatro y destacó en los tres géneros, al incorporar a las letras españolas el ambiente caribeño, sentido en Europa como exótico, en un tono melancólico y nostálgico. Son ejemplo de ello sus novelas Guatimozín, último emperador de México (1846) o El cacique de Turmequé (1860). Su compromiso social se hace patente en Sab, la primera novela antiesclavista de las letras españolas.
Su poesía se centra en el tema del amor desdichado y pesimista como puede verse en algunos de sus sonetos más conocidos: Al partir, A él, A la poesía, publicados antes de 1841 y recogidos en un libro de poemas en 1851.
En el teatro, intentó fundir la tragedia clásica con el drama romántico pero sin caer en los excesos de éste, como en los dramas operísticos Saúl (1849) o Baltasar (1858), considerada la mejor de sus obras por el retrato psicológico de sus personajes.
Gertrudis Gómez de Avellaneda, a pesar de haber sido una autora muy valorada en su época, pasó después por un periodo de olvido, pero la crítica actual la considera una precursora del feminismo moderno tanto por su actitud vital como por la fuerza que imprime a sus personajes femeninos literarios.
Dominó la poesía con pasión. Sus dramas llenaron los teatros de la Península. Sus obras se discutieron el primer y segundo premio, a la vez, en los Juegos Florales más selectos de Madrid. La Real Academia de la Lengua, aterrorizada por la habilidad que poseía la adorable criolla, se negó a aceptarla bajo el pretexto de la saya. Emocionalmente destruida por la injusticia, continuó creando obras inmortales hasta el fin de sus días.
Además de ser reconocida como una de las más refinadas, y a la vez de lenguaje más sencillo, poetisas de nuestro idioma, la Avellaneda trató con dos temas primordiales de la literatura universal. Su novela Sab es una de las mejores obras en la abolición de la esclavitud.
Pocos años antes de morir, en 1867, publicó un libro de oraciones, o pensamientos religiosos, llamado Devocionario que la sitúa entre las místicas de pensamientos más elevados.
Dos juicios sobre la Avellaneda, sin duda contrapuestos, pero con el mucho aval que les confieren quienes los emiten:
"No hay mujer en Gertrudis Gómez de Avellaneda: todo anunciaba en ella un ánimo potente y viril; era su cuerpo alto y robusto, como su poesía ruda y enérgica; no tenían las ternuras miradas para sus ojos, llenos siempre de extraño fulgor y de dominio: era algo así como una nube amenazante". "... la Avellaneda no sintió el dolor humano: era más alta y más fuerte que él; su pesar era una roca...". José Martí.
"Lo femenino eterno es lo que ella ha expresado, y es lo característico de su arte, y lo que la hace inmortal, no sólo en la poesía lírica española, sino en la de cualquier otro país y tiempo; es la expresión, ya indómita y soberbia, ya mansa y resignada, ya ardiente e impetuosa, ya mística y profunda, de todos los anhelos, tristezas, pasiones, desencantos, tormentas y naufragios del alma femenina". Marcelino Menéndez y Pelayo.
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